jueves, 13 de febrero de 2014

Lo héroes de los deportes minoritarios


El otro día conocí a una verdadera heroína, una persona que me causó una profunda impresión.  Un verdadero ejemplo para mis hijas, de que el esfuerzo y la constancia en cualquier cosa que te propongas tiene su recompensa en el momento que llegas a lo más alto.  Pero también una dura lección para la que creo que todavía no están preparadas.


Esa persona se llama Sheila Herrero. Para los que no la conozcáis, se trata nada menos que, por palmarés, la mejor deportista aragonesa de toda la Historiaincluso se puede decir que es la deportista española (hombre o mujer) con más títulos mundiales a sus espaldas, un total de 15 veces campeona del Mundo en patinaje de velocidad en línea. Sheila se puso a patinar con tan sólo cuatro años, y lo convirtió en su forma de vida hasta que se retiró a los veintisiete años, con un total de 340 títulos.  Incluso llegó a superar una grave lesión de clavícula, para ganar sus últimos 5 títulos mundiales.

Lamentablemente, Sheila eligió un deporte que ella amaba, pero que no tenía la repercusión mediática de otros como el fútbol, el baloncesto o el tenis. Se puede decir que era un deporte “castigado”, porque estaba reconocido por el COI, pero no estaba incluido en Juegos Olímpicos.  Una pena, porque seguro que Sheila nos habría conseguido unos cuantos oros, para ampliar el raquítico palmarés español.  Pero nada de eso pudo con el tesón y la ilusión de Sheila, y llegó a ser reconocida como una de las mejores patinadoras del mundo, premiada con el galardón “Aragonés del Año”, incluso galardonada con la Medalla de Oro al Mérito Deportivo de la Casa Real.

Uno puede esperar encontrar a una deportista de élite de este nivel en alguna charla para difundir los valores del deporte, con algún cargo honorífico en algún organismo público ligado a la competición deportiva, o algo similar.  Pues no, mis hijas y yo nos encontramos a Sheila trabajando en la pista de hielo de un centro comercial de Zaragoza.  No creo que ella piense que se trata de un trabajo denigrante, puesto que lo realizaba con profesionalidad y con una gran sonrisa.  Pero no puedo evitar pensar que es una gran injusticia que cualquier futbolista que juegue en Primera División, no hace falta que sean las estrellas de Barça o Madrid, cualquiera, pueda retirarse de la competición sin otra ocupación que rascarse los huevos a diario hasta el final de sus días.

Cuando recuerdo el brillo en los ojos de Sheila cuando la reconocimos (incluso en Zaragoza debe pasar desapercibida, supongo) y la sonrisa que me dedicó cuando les dije a mis hijas que era “muchas veces campeona del mundo”, me hierve la sangre al pensar en los méritos que han hecho niñatos malcriados como Neymar, o engreídos como Cristiano Ronaldo, para merecer el reconocimiento mundial que tienen, y por supuesto los indecentes sueldos que reciben.

Cuando, explicándole a mis hijas que tenía que entrenar muy duro, ella me reconoció que eran 11 horas diarias, no pude evitar pensar en las protestas de futbolistas, entrenadores incluso de periodistas, cuando sus jugadores mimados tienen que encadenar dos partidos a la semana durante un periodo de uno o dos meses.
Esta injusticia es demasiado grande para que se la pueda intentar justificar a mis hijas.  No la pueden llegar a entender.  No la entiendo ni yo mismo.  Pero me quedo con la ilusión con que te escucharon, la sonrisa con la que te hiciste una foto con nosotros, y la alegría con la que mi hija mayor le explicaba a sus amigas que “había conocido a una chica famosa”.  Para mí eso tiene mucho más valor que si hubiera conseguido un autógrafo de Messi o de Fernando Alonso.

Gracias, Sheila.