viernes, 19 de noviembre de 2010

El problema catalán

Antes de nada, lo primero que quiero dejar claro en este post es que vivo y trabajo en Cataluña desde hace 8 años; una parte muy importante de mi vida (incluidas mis dos hijas) es catalana, y no me importaría terminar allí toda mi vida.  A pesar de ello, aprovecho que no nací en Cataluña para decir que no soy catalán.  La razón es muy simple: los catalanes provocan cierto “rechazo”, cierta antipatía por el simple hecho de ser catalanes.  Por supuesto esto es totalmente discutible, pero creo que todo el mundo en mayor o menor medida comparte esta afirmación.  Los catalanes, a priori, generan cierto rechazo.
Intentar analizar este “problema” sería muy pretencioso por mi parte, pero intentaré exponer con claridad mi punto de vista.

El “problema” catalán no es nuevo en absoluto.  Desde que el Felipe IV acuñó el termino de “ el problema catalán” en 1640 para definir la situación política en la Cataluña de entonces, todos y cada uno de los gobernantes o jefes de estado de España han tenido que gestionar muy cuidadosamente su relación con este territorio.  Por supuesto, unos han sido más hábiles que otros (seguro que es fácil imaginar cuales han sido los más y los menos hábiles), pero ninguno se ha librado de realizar ese esfuerzo político de la “diferente” situación de Cataluña con respecto a otras regiones.  Reyes totalitarios, reyes constitucionales, dictadores ultraconservadores, jefes de gobiernos democráticos de uno y otro color, han gastado muchos esfuerzos en este tema.  Desde luego, es comprensible que lo consideren un problema.

Lo que menos se entiende es cómo ese problema en principio únicamente político se ha convertido en un problema cultural.
Pongamos como ejemplo el folklore catalán. Dentro del estado español hay manifestaciones culturales propias de cada territorio, y muy diferenciadas y diversas.  El prestigio del folklore catalán es infinitamente menor que cualquier otro folklore español.  Por ejemplo, todo el mundo entiende que el folklore andaluz es singular, único, y no suele generar antipatías.  Las sevillanas, fiestas como el Rocío, la Feria de Abril, el rejoneo, y un largo etcétera, se consideran singularidades, y al pueblo andaluz se le considera muy rico culturalmente. Equivalentes en el folklore catalán pueden ser las calçotadas, la lengua catalana, els castellers, etc.  Ninguna atrae tanto como las anteriores, y a algunas personas les generan directamente rechazo.
Este rechazo genera una exaltación lógica del pueblo catalán de su cultura, remarcando sus singularidades, el “hecho diferencial” que tanto nos venden los políticos catalanes.  Y este proceso de rechazo se realimenta a sí mismo.  Tanta exaltación de la cultura catalana, genera a su vez más rechazo.

Por otro lado, los mayores responsables del odio a los catalanes son los políticos.  Los políticos catalanes se encargan de fomentar el odio al resto de españoles, y los políticos centralistas se dedican a fomentar el odio a los catalanes. De cualquier noticia económica española, puedes encontrar estos dos análisis contradictorios: a los catalanes se les convence de que les están robando, y al resto se les convence de que los catalanes les están robando.  Y el pueblo se lo cree.  A los extremeños les queda la sensación de que los catalanes se están llevando su dinero, y a los catalanes les queda la sensación de que el dinero se lo ha llevado Extremadura, en vez de Cataluña, que lo merece más.

Difícil solución.  Demasiados años llevan los políticos enfrentándonos, como para que encontremos nosotros mismos una solución. 

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